miércoles, 7 de noviembre de 2012

365 días despúes de coger un avión rumbo Nueva York

Lo relativo del tiempo no deja de resultarme curioso, parece que fue ayer cuando facturé una maleta cargada de esperanzas y sin embargo tengo la sensación de haber visto pasar décadas en este escueto tiempo. Tal vez se deba a la acumulación de cambios que magnifican las aventuras que les acompañan. A lo mejor sólo se debe a que juntar, procesar y digerir situaciones nuevas dilata la realidad hasta volverla infinita. 

Sin duda Nueva York ha sido la encargada de cambiar muchas vidas, la mía no iba a ser menos. La ciudad de los laberintos de líneas rectas, de los encuentros inesperados, de las promesas en servilletas de papel, de las ventanas multiplicables con ansias de tocar el cielo, de los días rotos, de los mundos nuevos, de las mezclas y los mestizajes, de los deseos acariciables, de las ideas por compartir. No creo que nadie sea capaz de vivir una temporada allí sin alterar su persona y sin verse descolocado cuando tiene que volver a pisar la tierra de sus raíces bajo sus píes, acostumbrados a flotar por el aire durante un periodo inmedible.

Carol vive el sueño de princesa que se merecía hace siglos. La sigo echando de menos, y me da cierta envidia no ser yo la que comparte con ella el día a día, pero sé que es feliz en las galicias, y pensar que su sonrisa es ahora permanente vale más que cualquier instante.

Aline ya está de vuelta también en la vieja Europa. Su precioso documental Namaste Saipu sigue girando por festivales, no os lo perdáis, es una delicia. Espero que pronto podamos cruzarnos, en Suiza, en España o en cualquier punto del camino. También la echo mucho de menos pero estoy feliz de ver como el éxito se acumula para llamar a su puerta. 

Antonio y Patricia siguen en Nueva york, sobreviviendo fieles a su puesto de anfitriones para nuevos residentes, con sus sonrisas eternas y sus abrazos cálidos. Patricia dando rienda suelta a sus conocimientos del arte, trabajando para lo que hace unos años parecía un sueño inalcanzable y que ahora acaricia cada día mientras guía visitas entre sus adorados cuadros. Antonio ha publicado el primer libro de lo que espero sea una larga tradición, al final me sorprendo a mi misma leyendo sobre ese gran desconocido mio llamado baloncesto, que ahora gracias a sus ojos y sus letras se convierte en un deporte atractivo del que quiero saber más. Podéis encontrar El partido que cambió la historia en librerías de España y por Internet.

Mi expareja ha abrazado todo lo que decía que no le gustaba: pendientes de perlas, crucifijos de oro, pueblos, gatos y niños. Pasada la ira, y tras un año sin verle la cara, que ya empieza a resultar borrosa, le deseo lo mejor.

Nacho sigue de España a Francia con sus grupos y sus webseries, Katia deleitando de nuevo a París con su presencia, Elly viajando de punta a punta, Elvar moviendo sus fotos antárticas por mil galerías, Garret peleando con sus guiones, Os cruzando el mundo sin miedo y con ganas, Dario y Francesco devolviendo su singular música indie a Lousan... Toda la gente que me crucé a reemprendido caminos, vuelto a surcar antiguas espirales con más fuerza, luchando por conseguir más y más cosas y por superar la experiencia de la gran manzana que a todos nos ha marcado de manera peculiar redirigiendo nuestras vidas.

Sé que a todos os llevo conmigo, compartir ilusiones, sonrisas y miedos me ha hecho más fuerte. Conoceros ha sido grande, muy grande. Sé que nuestros caminos se volverán a cruzar. Como le dije a la ciudad, esto nunca fue un adiós sino un hasta pronto. 

Por mi parte, tras un verano tumbada en el césped del parque viendo anochecer de la mano de un universitario adolescente, y con un millón de dudas en la cabeza entorno a cómo y hacia donde reconstruir mi vida, acabo de volver del London Screenwriter Festival de atreverme, por primera vez, a enfrentarme al síndrome de procrastinación que me acompaña, sacando a la luz del sol, mejor dichoso al gris de la lluvia, a mis personajes y sus aventuras. Es un pequeño paso para el hombre, pero un gigantesco paso para mi cerebro. Empieza a aparecer una pequeña luz al final del túnel y me sorprendo a mi misma viendo a productores interesados en mi escritura. Quien sabe, tal vez dentro de unos años, alguno de los que ahora regaláis vuestro tiempo a leer las aventuras de una hormiga que se paseó por la gran capital del mundo os sentéis a ver una de mis historias y conozcáis a los personajes que hace siglos tengo encerrados en un cajón. 

Gracias a todos los que habéis compartido conmigo este camino.

domingo, 29 de julio de 2012

día 208 en tierra española

Son las siete y media de la mañana en España, aunque para mi sigue siendo la una y media neoyorquina y me queda una noche por recuperar que se ha perdido en el reloj. 

Barajas. Las cosas son tan conocidas que ni si quiera provocan la curiosidad de mirar. Recojo mis maletas. Está todo. Esta vez no me han roto nada, aunque mi sonrisa no es tan grande. Me siento un caracol, empujando un carrito en el que se acumulan meses de vida, recuerdos, sueños y esperanzas por tocar la pared, contar veinte y volver a comenzar otra nueva aventura. 

Al otro lado de la puerta me espera la familia casi al pleno, tienen carteles y aplauden. Me debo de poner roja, cual pimiento morrón, me bloqueo y hasta me paro. Un chico, que arrastra su equipaje como si sacara a un perro díscolo de paseo, me informa que cree que eso es por mi, así que si me consideran especial más me vale seguir caminando. Agradezco su empujón y continúo. Besos y abrazos varios y variados. Reencontrarse con la familia siempre sienta bien.

Madrid se me antoja pequeña, aburrida y provinciana tras la ventanilla del coche camino al barrio. 
Desayunamos juntos, me ponen al día entre risas. Veo que las cosas no han cambiado mucho en mi ausencia y sin embargo todo es diferente.

Siete meses fuera, que me han sabido a siete años, y toda la vida que conocía, que creía mía, ya no existe. Ya no tengo casa a la que ir, ni pareja que me bese a pie de aeropuerto. Pensé que sería más difícil. He de reconocer que cuando entro a mi habitación de adolescente en casa de mi madre y la descubro llena de cajas de mudanza el cuerpo se me aprieta un poco, aunque el alma respira contenta, soy libre, como hacía años que no lo era, mi vida es mía y sólo mía, sin negociaciones, sin aguantar chantajes emocionales, respirando a mi ritmo, mirando donde quiera y lo mejor es que aun me quedan millones de cosas por descubrir de este mundo que ahora puede ser mucho más grande que nunca.

Si... he vuelto!

viernes, 20 de julio de 2012

día 207 adiós sueño americano

Me despierto pensando que tenía que haber hecho esto antes, es la manera perfecta de sacar a un lagarto de tu cabeza. Creo que ahora si puedo empezar a escribir ese manual de instrucciones a repartir el día uno de vida en pareja, bajo el título: "Abrir en el momento this is the end". De regalo con el fascículo el temazo de los Doors para crear ambiente mientras lo lees.

Paseo por Central Park antes de irme de Manhattan. El sol brilla, el reloj no deja de pasar minutos, la ciudad no para y yo me marcho. Otro this is the end en mi vida, aunque este sé y quiero que sea pasajero. Lo dejaremos en un see you city, see you soon.

Metro, salgo en Classon Ave consciente de mi último viaje. Último, la palabra más recurrente para los finales.

Entro en casa. Mike ha venido a decirme adiós. Trina también. Abrazos y despedidas mientras me termino de pegar con las maletas. Aline llega a casa a ayudarme. Fred da vueltas nerviosa. Bajamos a la calle, paseo al banco a anular la cuenta americana, adiós Chasebank. Compramos comida en el coreano y comemos, yo empiezo a estar nerviosa. Decir adiós a Aline es más difícil que decírselo a la ciudad.

El taxi llega puntual. Mi despliegue de maletas entra bien. Abrazo en el portal, acompañado de un hasta pronto. El coche arranca y veo a Aline caminar, voy a echar de menos compartir nuestro a diario.

La sensación que tengo mientras veo las calles de Brooklyn perderse camino al aeropuerto es extraña, un coctel mezclado sin agitar, un millón de recuerdos que se agolpan levantando la mano para contestar. Este capítulo de mi aventura se cierra.

El aeropuerto me espera, está vez si soy yo la que me marcho. Tiste y amontonada casi me olvido de que aun me queda una curiosa aventura por vivir: salir de este país indocumentada. Primera cola, sabiendo que llevo exceso de equipaje, pero con cara de disimule. Mostrador de Iberia. Azafata sonriente, pasaporte por favor. Abro mi carpeta y despliego papeles: el billete de avión, la denuncia de la policía de Memphis, el salvoconducto del consulado de Nueva York y mi mejor sonrisa de nunca he roto un plato. Mientras, la maleta encima de la báscula avisa de sus 15 kilos de más. La azafata no sabe donde meterse. Se va a buscar a un encargado, que a su vez busca a un superior. Una hora y media, cuatro pares de fotocopias, cinco personas preguntándome cosas. Yo de reojo miro la maleta, están todos tan ocupados en decidir si me dejan salir o no de Estados Unidos que nadie se molesta en cobrarme el sobrepeso. Algo positivo tenía que tener esto. Prueba superada. 

Segunda cola. Esta vez es la policía la que me pide la documentación. Se arremolinan de nuevo cuatro encargados, todos armados hasta los dientes. No tienen muy claro que hacer conmigo. Aparece un teniente cargado de estrellitas al pecho. No sé porque pensaba que debía ser más habitual que alguien que entró con visado de estudiante salga gitaneando con salvo conducto. Se ve que no. 
Me sacan aparte. La cola de pasajeros me mira de reojo, creo que todos cruzan los dedos para que yo no me siente en su vuelo. Bateria de preguntas, con sus consistentes respuestas. Las estrillas brillan y no puedo dejar de mirarlas. Me meten en el super radiografiador, un aparato que ve más que los ojos de Superman. Con los brazos en alto y las piernas separadas, como una auténtica delincuente, me siento en pelotas pese a ir vestida. Genial, para colmo llevo tornillos en la cara. Explicar que ese titanio me ayuda a sujetar la mandíbula les suena aun más raro. Me toca volver a posar. Cacheo, registro del equipaje de mano, charla con media policía y por fin, sin aún creérmelo, ya estoy del todo dentro del aeropuerto. Va a ser verdad, me vuelvo a España. 

Me queda un rato, paseo despistada entre las tiendas del duty free, chocolatinas, juguetes, gorras y revistas. Se me escapa alguna lágrima mientras mando los últimos mensajes. Me bebo un café. Respiro hondo y me mentalizo. 

Hasta pronto Nueva York, ha sido todo un regalo descubrirte.

domingo, 15 de julio de 2012

día 206 la última noche, sin cena

Me despierto sorprendentemente serena. Ya está, me marcho, ya volveré. Las neuronas de mi cerebro se han animado a dejar de chapotear en el lodazal. 

Como la cosa arranca, definitiva, de despedidas me cojo un café de vaso de plástico y me voy a poner mi última lavadora. Sé que voy a echar de menos la lavandería. Eso de poner la lavadora sin salir de casa y poder aprovechar el tiempo para hacer otras cosas está muy sobrevalorado.

Empiezo a empaquetar. Todo no me cabe ni de broma. Hago selección y le digo adiós a unas cuantas cosas que pasan a formar parte del rastrillo del portal. De alguna manera es seguir viviendo y viendo está ciudad. Le preparo también una bolsa a Aline, así también me quedaré con ella.

Cada vez que abro una maleta para intentar meter algo, Fred se apunta. Nos pasamos un rato jugando al escondite. Yo la saco y ella en cuanto me despisto se vuelve a meter. Si yo te llevaría de excursión Fred, pero una auténtica Brooklinesa como tú no iba a encajar en Madrid, tendríamos que recorrer varios barrios solo para juntar las nacionalidades que habitamos el apartamento 309.

No termino de ser capaz de jugar al tetris con mis pertenencias, así que dejo las maletas a medio hacer y me fugo a Manhattan. Me bajo en Fulton, en busca del primer Starbucks que pisé con Carol. Esta vez me sabe hasta rico. Camino hasta llegar a la entrada del puente de Brooklyn. Me siento un rato en el parque. Pongo un carrete en la cámara. Hablo con Aline para quedar mañana. 

Cruzo el puente con calma, sabiendo, que de esta temporada, será la última vez que lo haga.
Al pisar tierra firme, al otro lado del East River, me hipnotiza de nuevo la postal que tantas veces había visto en diferido. Qué bonito es Nueva York, creo que ahora lo puedo decir con la boca bien grande.

Busco un hueco donde plantar el trípode, tarea difícil, porque hay más cámaras con personas que milímetros cuadrados. Hago un timelapse de la puesta de sol, que no es más que la excusa para poder llevarme grabado en las pupilas mi último anochecer, ese sol que se pierde entre torres de cristal. Tres horas de serenidad cerebral, mi despedida de esta ciudad viendo como se apaga y enciende. Recojo todo con un aire bucólico. Saco la última foto mental y me voy sin girarme, sin mirar atrás. No quiero perder la sonrisa.

La noche es inesperada y no duermo en casa. Me sienta bien recordar que soy mujer y darme cuenta de lo absurdo del celibato ciego que me había autoimpuesto. La vida es larga y la pecera está llena de pececitos. 

lunes, 2 de julio de 2012

día 205 una noche en el Apollo recordando la Motown

El día se despierta rebelde, calor concentrado bajo un cielo gris opaco. Condensación mental. Prohibido el estres.

Me bajo a la 42 a pasear. Las mesas de Times Square están todas ocupadas. No es que la ciudad no duerma, es que nunca descansa. Respiro su polución para guardar en mis pulmones el olor de esta vida.

De Manhattan a Brooklyn de Brooklyn a Harlem y tiro porque me toca. 

Nos encontramos en la puerta del  Apollo. Allí ya están esperando Aline, Francesco y Dario. Nos sentamos abajo. El tronco de madera que le ha dado suerte a millones de cantantes está ahí, en el lateral izquierdo del escenario, intocable para el público, pero real, como siempre lo imagine. 
Al rato vienen a decirnos que nos hemos equivocado y nuestros asientos son de una planta más arriba. Subimos al encuentro de un escarpado decorado de asientos superpuestos en los que no te atreves a moverte mucho. Pienso si se habrá caído mucha gente llevada por la ceguera del baile. Parece una cuesta de San Francisco. 

Las actuaciones no son lo que eran, hemos pasado al dos mil y esto ahora lo patrocina Coca Cola. Parece más un concurso de talentos de la televisión, pero el espíritu del lugar se hace latente con la música que intercalan en los descansos. Viva Motown Records, aunque me haya perdido ir a Detroit. Lo mejor: poder ir y venir a la barra, beber cervezas dentro de un teatro, reírme con amigos y aplaudir a un sumo gigante, con su tanga negro, haciendo una coreografía con uno de los hits del pequeño Michael y sus cuatro hermanos.

No he visto a James Brown, ni a los Temptation, ni a Diana Ross, ni a los Jackson5, pero sé que me he sentado en ese apretado gallinero que he visto mil veces en diferido. Si cierro los ojos ahora puedo teletransportarme.

Nos vamos a cenar a American Legion. Una gran noche broche para despedir Harlem.

domingo, 1 de julio de 2012

día 204 una sorpresa que me deja muda

Temprano a Times Square, fotomatón al canto y caminito al consulado. En la calle hace calor. La gente empieza a abrir las bocas de incendios. Sí, no es un mito de las películas. Añado a la colección de realidades el ver a la gente peleándose por remojarse en medio de la calle, con un agua a presión que emana del fondo de la isla para alegrar a todos los públicos.

De nuevo en territorio español, viendo Manhattan desde las alturas, hablando con la voz de Javier Bardem y haciendo cola para que me den el papel que todos los personajes de Casablanca ansían. Siguen sin ser amables, aunque esta vez, que traigo todo lo que piden, son un poco más correctos. 
Un rato de espera y vuelvo al mostrador. Me entregan mi salvoconducto, un papel triste con una foto escaneada y un texto encabezado por: "Ella acredita ser y llamarse Raquel". ¿Cómo que acredita? ¡Ella es y se llama!
Me explican que sólo me sirve para ese vuelo en ese día, así que si hay un retraso tengo que empezar los trámites de nuevo. Por un momento me alegra volver a pensar que me puedo quedar como un polizón en esta ciudad de la que no me quiero marchar.

De Manhattan a Brooklyn, toco la pared, por mí y por todos mis compañeros, y a Harlem. Un buen rato entretenido de metro y transbordos. 

Me encuentro con Aline en la salida de la 125 para ir a la superpescadería autoservicio en palangana. Cenaremos en su casa. Indecisas, repasamos todos los peces que nos miran con ojos vidriosos entre el hielo. Al final calamares, langostinos y un pez que no tengo muy claro cómo traducir al castellano.

Me dice que en el parque de Riverside han descubierto un rincón muy bonito que merece la pena que vea antes de marcharme. Yo sigo sus pasos, inocente y curiosa. El Hudson me gusta y esta es la oportunidad perfecta para despedirme de este caudaloso río. Bajamos tranquilas, charlando, hago alguna foto. 

Cuando llegamos al supuesto punto a descubrir, lo que me encuentro es que la sección italosuiza ha montado una barbacoa sorpresa para despedirme. Me deja tan en shock que por primera vez en mi vida me quedo sin palabras. Por un instante me da miedo hasta ponerme a llorar. No me quiero marchar. No tengo ganas de volver a vivir en el tedio de Madrid. Pero sólo me queda disfrutar de todo lo que me llevo conmigo, de haber sonreido tanto entre montañas de ladrillo, que a veces parece que te pueden deborar. 

Disfruto, aunque sabiendo que esto forma parte del final de una etapa. Vuelvo a casa en el metro con un montón de regalos, millones de abrazos y una sonrisa gigante que traspasa mi cara pensando, que con sus altibajos, me encanta vivir la vida que me he construido. Gracias chicos por haber entrado en ella.



día 203 despidiendome de Queens

Me vuelvo a cruzar la ciudad para reencontrarme con Astoria y sus recuerdos. Risas, sueños e ilusiones de dos novatas españolas que se transformaron en newyorkers.

La primera parada es obligatoria. Último paseo por la tienda de segunda mano, digo adiós a los chicos y me llevo un vestido.

Paseo despacio la manzana y media que me separa del Acropolis, el segundo edificio en el que viví y al que llegué hace algo menos de 200 días. El seafood ha montado mesas en la calle aprovechando el calor, la lavandería sigue teniendo lavadoras que giran y el trademarket vuelve a tener todas las coca colas al aire libre, ahora recalentándose.

Entro en el Acropolis. Patricia y Antonio están más felices que nunca. Ella me enseña su anillo de princesa antes de irse a trabajar, él, sonriente, mira de reojo. En un año serán una pareja casada. Me alegro por ellos porque sé que su futuro es infinito. Como macarrones con Antonio entre Nueva Orleans, los Play Off y la vida en el extranjero. 

A pleno calor, con el sol aún bien alto, me despido de mi vida aquí y miro por última vez una historia que se escapa.

Metro hasta el estadio de los Nets con Antonio. No puedo irme de aquí sin haber visitado esa bola del mundo que me esnseña todo lo que me queda por descubrir. Menos aún con la suerte de compañía que llevo. 

La lista de gente que voy a echar de menos crece sin parar.

Vamos a Manhattan a buscar a Patricia. Caminamos sin destino fijo con un calor que nos persigue hasta en la sombra. Pruebo otra experiencia que casi me pierdo, asomarme a un episodio de los Simpson gracias a entrar a la tienda de Apu a tomarme un fresisui, azul, con sabor a Petas Zetas.

Acabamos en el High Line. Las hamacas están animadas, la ciudad parece estar de vacaciones.